El próximo 8 de marzo llamamos a la huelga de cuidados, ¿podemos imaginar el colapso que supone que todas las mujeres paremos, y dejemos de realizar los trabajos de cuidados, tanto en la esfera productiva, como en la reproductiva?
Como explica la antropóloga feminista Rita Laura Segato, los valores de la productividad y del cuidado de la vida son dos proyectos históricos diferentes. El proyecto histórico de la vida es el que hace referencia a la fiesta y al placer; y el proyecto histórico de las cosas, a la productividad. El proyecto histórico de las cosas produce individuos, mientras que el proyecto de los vínculos produce comunidad. Y nosotras queremos comunidad, poner los cuerpos y su cuidado en el centro del sistema, dar valor a los cuidados, a los afectos, a los placeres.
Desde el movimiento feminista y desde diversos colectivos y organizaciones sociales, venimos reivindicando desde hace años que es urgente poner en el centro de la organización social el cuidado de la vida y del planeta. Esta nueva centralidad implica desplazar el capitalismo heteropatriarcal y colonialista de la posición hegemónica que ocupa en la sociedad.
Los cuidados no son una cuestión solo de personas que se encuentran en una situación excepcional de dependencia, por estar en sus primeros años de vida, padecer una enfermedad crónica o estar al final del período vital. Al contrario, todas las personas necesitamos de cuidados a lo largo del ciclo de la vida, tanto de nuestros cuerpos, como de los afectos y desafectos que los atraviesan. El recibir estos cuidados no puede estar supeditado a la existencia de determinados lazos familiares o afectivos, a la disponibilidad económica individual o a la de tiempo y deseo para realizarlos.
Actualmente ni los hombres, ni el Estado están asumiendo su responsabilidad en el cuidado de la vida. Somos las mujeres las que estamos resolviendo como podemos la crisis de los cuidados. Somos las que estamos conteniendo las consecuencias de los recortes del Estado de bienestar y del envejecimiento de una sociedad, que cada vez requiere de un mayor nivel de cuidados. Lo estamos asumiendo nosotras, sobrecargándonos y duplicando y hasta triplicando nuestras jornadas de trabajo. O se está recurriendo a las redes familiares, especialmente a las abuelas, a quienes se les impide disfrutar de su tiempo de ocio y desarrollar su proyecto de vida que ellas deseen. Son mujeres obligadas a cuidar con poca opción de elección.
En otras ocasiones, se está contratando a otras mujeres, que frecuentemente son migradas y empobrecidas; mujeres que se ven obligadas a dejar a sus criaturas y familias en sus países de origen del Sur global, para cuidar de otras personas, generándose lo que se ha denominado como cadena global de cuidados.
Las trabajadoras de hogar, tal y como relatan en la investigación “Aproximación a la situación de las empleadas de hogar en Gasteiz”, que se publicará en junio de 2018*, se enfrentan a unas condiciones de trabajo precarias y con alta vulneración de sus derechos. En Euskadi, en el año 2015, había un total de 29.543 personas afiliadas al Sistema Especial de Empleo de Hogar, de las cuales 28.112 eran mujeres, lo que representa más del 95%. En Araba se llegaban a un total de 3.152 mujeres afiliadas, de las cuales 1.253 eran extranjeras. Ello sin tomar en cuenta las cifras de mujeres que trabajan en el mercado informal, y que los estudios más optimistas calculan que ronda el 30%.
El empleo de hogar es la primera actividad en cuanto a número de contratos generados para las mujeres y un nicho laboral para las mujeres extranjeras. Según el borrador de referida investigación, en este sector, como en el resto de trabajos feminizados, no se hacen controles por parte de la Inspección de trabajo, con la disculpa de la inviolabilidad de los domicilios de las familias contratantes, lo que conlleva la impunidad de frecuentes violencias machistas, clasistas y racistas, que en muchas ocasiones se dan en el empleo de hogar. No se les reconocen los mismos derechos laborales y de Seguridad Social que al resto de sectores (entre otras discriminaciones injustificadas, no se les reconoce el derecho al desempleo), y se les excluye de la legislación de prevención de riesgos laborales.
La normalidad en este sector es la informalidad, la indefinición de funciones, las jornadas interminables, el impago de finiquitos, los despidos improcedentes por baja por enfermedad o embarazo, los obstáculos para que la cuidadora se acoja a los derechos de conciliación familiar, la imposibilidad de negociar un convenio colectivo y ejercer sus derechos laborales colectivos, el estrés, la falta de autoestima y los desajustes emocionales.
Estas situaciones se agudizan cuando hablamos de trabajadoras migradas, que se encuentran en situación irregular respecto de su residencia legal en el país, dado que están dispuestas a soportar peores condiciones para regularizar su situación. Es especialmente preocupante la vulneración de derechos que soportan las trabajadoras internas, que mayoritariamente son mujeres migradas, y que se encuentran prácticamente en un régimen de esclavitud, detectándose casos de control sobre sus vidas y cuerpos.
Además, muchas de las mujeres reconocen haber sufrido algún tipo de acoso sexual en su espacio de trabajo. Y de manera muy recurrente, cuando ofertan sus servicios de empleada de hogar a través de internet y anuncios, reciben solicitudes de tipo sexual.
Por todo ello, el 8 de marzo queremos tomar las calles a través de la huelga de cuidados para denunciar que se relegue este trabajo a las mujeres, y que se exima a los hombres de ellos como si se tratara del orden “natural” de las cosas; denunciar que el trabajo en los hogares, invisibilizado por su gratuidad, es la base de todo este sistema; poner el mantenimiento de la vida en el centro; exigir un reparto justo e igualitario del empleo y de los trabajos de cuidado; redistribuir y colectivizar los cuidados más allá de la familia nuclear, y no sólo de mano de las mujeres; reconocer lo que supone la reproducción; y que las instituciones públicas asuman su responsabilidad para garantizar el derecho universal a los cuidados; y garantizar los derechos de todos los empleos relacionados con el cuidado de la vida, especialmente del empleo de hogar.
Imagínate tu día sin que ninguna mujer de tu entorno haga este trabajo de cuidados. Si nosotras paramos, todo se para. Para ello, llamamos a las mujeres a no cuidar y no realizar tareas reproductivas, y a ponerse un brazalete morado y colgar los delantales en balcones y ventanas en señal de huelga.
Lidia Ruiz y Vanessa Cachafeiro
Mugarik Gabe
*investigación realizada por ZENTZUZ KONTSUMITU Consorcio formado por SETEM HH, Medicusmundi Araba y Mugarik Gabe, que llevan trabajando por el consumo consciente y transformador en Gasteiz desde el año 2005.